El principio de operación de una luminaria fluorescente se basa en el paso de un arco eléctrico a través del vapor de mercurio en la lámpara. Los átomos de mercurio energizados producen luz ultravioleta, que es absorbida por el recubrimiento de fósforo en polvo en el interior del vidrio cilíndrico de la lámpara. Así, el fósforo energizado emite luz visible para el ojo humano.

Para generar el vapor, una pequeña cantidad de mercurio se adiciona a cada lámpara al vacío durante su fabricación. Este mercurio se vaporiza instantáneamente al energizar el circuito y se condensa al suspender la energía.

El contenido de mercurio varía de acuerdo al tipo de lámpara y el fabricante. La conciencia ambiental que ha venido creciendo en los últimos años ha hecho que los fabricantes trabajen continuamente en optimizar cada vez más esta cantidad.

Cuando una lámpara se desecha y se quiebra puede liberar el mercurio al ambiente, causando un impacto ambiental negativo. Para minimizar este impacto es necesario realizar una disposición final adecuada de cada lámpara de desecho.

En Costa Rica existe una legislación (Decretos MINAE 27000, 27001, 27002) que establece una prueba analítica para determinar cuáles desechos deben ser considerados como peligrosos por su contenido de sustancias tóxicas, sin embargo la mayoría de las lámparas en el mercado tienen una concentración menor al límite establecido (0.2 mg/L) por lo que legalmente no existen razones para considerar las lámparas como un desecho peligroso, pudiendo ser tiradas como desechos ordinarios en cualquier relleno sanitario.

No obstante debemos alcanzar mayores estándares ambientales comparables con las mejores prácticas industriales a nivel mundial y buscar alternativas de disposición afines con una conciencia ambiental más proactiva.

La empresa Sylvania en CR como resultado de sus estudios y pruebas de laboratorio determinó que la manera más sencilla minimizar este impacto es estabilizando el mercurio que está en los tubos fluorescentes combinándolo químicamente con azufre en polvo para formar sulfuro de mercurio que es un sólido insoluble y no tóxico.

El tratamiento consiste en rociar azufre en polvo dentro de una caja con fluorescentes, luego quebrar los tubos y embalar los desechos para favorecer el contacto y por ende la reacción, después se llevan al relleno sanitario.

Para esto se construye una caja que tenga una tapa pesada y que posea elementos como barras o picos que sobresalgan de su cara inferior, de modo que al cerrarla quiebre los tubos de vidrio. La caja debe construirse de manera que luego sea fácil sacar los residuos de vidrio y materiales químicos para colocarlos en una bolsa gruesa o caja para su posterior disposición en un relleno sanitario, esto puede ser instalando un cono en la parte inferior de la caja.

El tiempo de reacción entre mercurio y azufre no es estricto porque van a seguir reaccionando dentro de la bolsa. Es importante separar los vidrios más grandes y depositarlos en una caja con un rotulo de advertencia para que no provoquen un accidente a las personas que posteriormente van a manipular estos desechos.

Dentro de las consideraciones más importantes está tomar las medidas de seguridad necesarias a la hora de quebrar los tubos como el uso de equipo de protección personal y la ejecución en un sitio ventilado.

El anterior fue solo uno método para el tratamiento de los tubos fluorescentes de desecho, sin embargo existen otros que pueden ser más apropiados, lo importantes es tomar acciones para conservar nuestro entorno y heredar a las futuras generaciones un mejor lugar para vivir.




Por Ing. Renato Soto.